Salvataggio

Paseaba medio desnuda y descalza por la playa. Su  pantalón tejano de tirantes, ancho, sobrante, la obligaba continuamente a volver a poner la maldita prenda en su lugar, de medio brazo hacia el hombro. En cada movimiento me enseñaba el pecho y yo, sentado en la silla de vigilia de la playa.

No podía dejar de mirar mar adentro, donde sin olas me aburría. La gente se bañaba lejos de ningún peligro. Me gustaba relajarme mirando como paseaba la morena. Todavía no le había puesto nombre a la italiana.

A menudo, cuando las chicas venían a la playa cada día, a la misma hora y en el mismo lugar, imaginaba sus nombres y sus procedencias. Su sexualidad, éter o lesbiana y en cada caso, qué tipo de marranadas estarían dispuestas a hacer conmigo. La imaginación me volaba aunque nunca dije nada a nadie.

Después de tantos años, tantas playas y tantos veranos, los habituales ya me empezaban a conocer como el "viejo lobo de mar". Mis cabellos, antes negros como la noche, se volvían grises antes de que se convirtieran en blancos más tarde. En el pueblo ya me conocían como el chico de Es Cap Blanc. Un apodo ganado en el! nunca mejor dicho.

Ojalá, la morena hoy me mire y me sonría. Estoy harto por hoy.

Todas desnudas, con pieles blancas o morenas, deseables y solas como estrella al viento y yo, quemado y caliente, encima de una silla a tres metros de altura de la arena.

Recuerdo de otras temporadas, por San Juan, cuando las noches se hacen cortas y la luna hace su pleno, celebrando el comienzo del verano, sin muchas ganas que pasas nada importante. Al menos, para empezar, un mar de acero inoxidable, quieto y muerte, como el agua embalsada en un plato y en todo caso, si llegas una triste ola, no levantas más de un palmo de altura en irrumpir sobre la arena de la playa.

Y era así que me gustaba.