A Juan Carlos I, Rey de España
Hoy 18 de septiembre de 2012, como antaño, un 23 F, los españoles necesitan de usted, un Rey, para que intervenga ante lo que se cree es un nuevo ataque a su patria: La independencia de Cataluña.
Pocas cosas puede argumentar usted a los catalanes que creemos en la independencia, de la nuestra, para con su patria. En resumen, gran ejercicio de concreción el de hoy, sólo en dos puntos: Superación y unidad.
En respuesta a su carta, me gustaría darle a conocer mi opinión. España y Cataluña es y fue, un matrimonio convenido y mal avenido. Nos hemos aguantado mutuamente por conveniencia y con constante desunión. Uno ha impuesto a la otra su forma de ser y hacer, para el sufrimiento de la otra. España ha dictado qué, cómo y cuando, Cataluña puede hacer o dejar de hacer. No ha sido una relación entre iguales, aunque la historia nos cuenta que ambos países provienen de los mejores linajes.
Del mismo modo que la historia ha permitido que políticamente hombres y mujeres fueramos iguales, con los mismos derechos, deberes y obligaciones, y las mujeres, antes oprimidas, se reconozcan ahora amparadas por las leyes, hoy Cataluña dice basta y pide el divorcio de esta España que siente, la maltrata.
No necesitamos escuchar más argumentos ni demandas de perdón. No hay que pretender infundirnos miedo a lo desconocido. No hace falta que nos recuerde que no conocemos el camino, ni atemorizarnos en no dejarnos volver, ni necesitamos saber que ya no contaremos más con vuestra protección.
Majestad, los ciudadanos de Catalunya le pedimos el divorcio con España.
Somos mayores. Sabemos lo que queremos y lo que no queremos. Estamos hartos de que haga sentirnos mal por ser como somos. Nos gusta nuestra cultura, nuestra tradición, nuestra lengua, nuestra patria, nuestra manera de hacer, de ser y de actuar.
Ya es tarde para reconocer nuestro país, Catalunya, como una parte indivisible de su patria. No queremos, ni deseamos sentirnos propiedad de nadie. Ya ha transcurrido demasiado tiempo y perdimos la oportiunidad, juntos, de haber formado una nueva identidad nacional entre iguales.
Así pues, si hoy nos reconocéis como una nación, dejadnos decidir por nosotros mismos como hombres y mujeres libres: No nos impongáis, ni amenazáis, ni siquiera intentad persuadirnos.
Ahora nos toca a nosotros, decidir.
Muy atentamente,
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