Desconocidos
Desconocidos
Abrí la puerta y tu tímida sonrisa, nerviosa, provocó que te mordieras y torcieras los labios.
El cristal de la puerta que nos ha separado me dejaba intuir todos tus pasos y gestos. Has mirado por la ventana mientras te desabrochabas los botones de la blusa. Has dejado caer la falda al suelo mientras, con un hábil gesto, la recogías con el pie. Desabrochaste los sujetadores que atrapaban tus pechos y con un leve masaje, acariciándolos, dejarlos preparados.
No sé que te pasaría por la cabeza. Yo estaba nervioso.
Te has sentado para luego tumbarte boca abajo encima de este lecho improvisado. Te has tapado tanto como has podido mientras tus labios me pedían que entrara.
Estaba dispuesto y todo parecía en su lugar. Me vestí para la ocasión. Blanco. Pantalones, camiseta y unos zapatones de farmacia. Si lo quería hacer, tenía que hacerlo perfecto.
Llegó la hora de los valientes. Estabas aquí por puro deseo.
Dejaste caer tu pelo a un costado de tu cuello mientras yo, deslizaba el aceite en la palma de mi mano antes que el frío líquido impactara con tu piel. Por primera vez, mi mano entró en contacto con tu espalda para extender el aceite derramado y esperando a que mi otra mano, entrara en la fiesta.
Recorrí tu cuello y me paré en cada rincón. Deslicé las manos hacia los hombros y seguí de tus brazos hacia tus manos. Invertí la secuencia en dirección a tu espalda, recorrí la columna y dejé caer mis manos hacia los costados comprobando cómo encajan en tu cuerpo perfecto. El contacto con tu piel calentó mis dedos al rojo vivo. La música que sonaba me transportó a la Playa de Ipanema donde una chica como tú obligó a un músico a escribir la canción.
Mis dedos se deslizaron por debajo de la toalla. Me sonreíste y conscientemente, deslizaste tus brazos intentando esconder los costados de tus pechos aunque, no era mi intención concentrarme en esta parte de tu cuerpo. Cada movimiento de mis manos en contacto con tu piel, había sido ensayado en mi mente.
Masajeaba tu torso y decidía el momento oportuno para recorrer el camino que me llevaría a tus piernas, quizás, un poco más arriba de la rodilla, bajo la toalla.
Levanté la mirada mientras atendía tu pie con las dos manos. Miré tus bragas que se vislumbraban por la entrepierna. Algodón, blanco. Adecuadas para la ocasión. No eran sexys, ni delicadas para que no te importara si se ensuciaban.
Mis manos querían llegar al final de tus largas piernas. - Aceite, aceite.- dispersándolo en círculos. Noté como tensabas los glúteos y los levantabas quedando una forma ligeramente puntiaguda. Las bragas me molestaron y las aparté un poco para tener mejor acceso a las nalgas de tu culo. Ahora una y luego la otra, terminando con las dos nalgas a la vez.
Cerraste los ojos. No sabia si te relajabas o excitabas.
- Adelante. Entra. No te quedes en la puerta. - mis ojos te guiaron el camino a seguir -
- Soy ...
- Sin nombres. Sin preguntas. Sin miedos. - ¿ Me das tu abrigo?
- Preparé la casa para conseguir un ambiente relajado. Encendí velas y sándalo - Perdona si me encallo con las palabras, al verte, el corazón me dió un vuelco - elegí una música sensual ...
- Me desnudo?
- Preparé esta toalla para que puedas cubrirte. Sí y también ... perdona, si quieres ir al baño lo tienes aquí al lado. Mientras tú te desnudas, si te parece, te espero en la entrada. Avísame.
El cristal de la puerta que nos ha separado me dejaba intuir todos tus pasos y gestos. Has mirado por la ventana mientras te desabrochabas los botones de la blusa. Has dejado caer la falda al suelo mientras, con un hábil gesto, la recogías con el pie. Desabrochaste los sujetadores que atrapaban tus pechos y con un leve masaje, acariciándolos, dejarlos preparados.
No sé que te pasaría por la cabeza. Yo estaba nervioso.
Te has sentado para luego tumbarte boca abajo encima de este lecho improvisado. Te has tapado tanto como has podido mientras tus labios me pedían que entrara.
- Tienes frío? estás bien?
Estaba dispuesto y todo parecía en su lugar. Me vestí para la ocasión. Blanco. Pantalones, camiseta y unos zapatones de farmacia. Si lo quería hacer, tenía que hacerlo perfecto.
Llegó la hora de los valientes. Estabas aquí por puro deseo.
Dejaste caer tu pelo a un costado de tu cuello mientras yo, deslizaba el aceite en la palma de mi mano antes que el frío líquido impactara con tu piel. Por primera vez, mi mano entró en contacto con tu espalda para extender el aceite derramado y esperando a que mi otra mano, entrara en la fiesta.
- Me pareces preciosa.
Recorrí tu cuello y me paré en cada rincón. Deslicé las manos hacia los hombros y seguí de tus brazos hacia tus manos. Invertí la secuencia en dirección a tu espalda, recorrí la columna y dejé caer mis manos hacia los costados comprobando cómo encajan en tu cuerpo perfecto. El contacto con tu piel calentó mis dedos al rojo vivo. La música que sonaba me transportó a la Playa de Ipanema donde una chica como tú obligó a un músico a escribir la canción.
Mis dedos se deslizaron por debajo de la toalla. Me sonreíste y conscientemente, deslizaste tus brazos intentando esconder los costados de tus pechos aunque, no era mi intención concentrarme en esta parte de tu cuerpo. Cada movimiento de mis manos en contacto con tu piel, había sido ensayado en mi mente.
Masajeaba tu torso y decidía el momento oportuno para recorrer el camino que me llevaría a tus piernas, quizás, un poco más arriba de la rodilla, bajo la toalla.
- Aceite, aceite, un poco más de aceite. Tu piel lo chupa y le da un color especial. Reluce.
Levanté la mirada mientras atendía tu pie con las dos manos. Miré tus bragas que se vislumbraban por la entrepierna. Algodón, blanco. Adecuadas para la ocasión. No eran sexys, ni delicadas para que no te importara si se ensuciaban.
- El blanco me vuelve loco.
Mis manos querían llegar al final de tus largas piernas. - Aceite, aceite.- dispersándolo en círculos. Noté como tensabas los glúteos y los levantabas quedando una forma ligeramente puntiaguda. Las bragas me molestaron y las aparté un poco para tener mejor acceso a las nalgas de tu culo. Ahora una y luego la otra, terminando con las dos nalgas a la vez.
Cerraste los ojos. No sabia si te relajabas o excitabas.
Te pedí que te tumbaras boca arriba y se sonrojaron tus mejillas al dejarme ver, otra vez, tu sonrisa atada y mordida.
Me situé en un extremo de la cama, detrás de tu cabeza, con el fin de acceder uniformemente a la parte superior de tu cuerpo. Separaba tus brazos cruzados sobre tu pecho para situarlos a los lados para que, una vez descubiertos, mojarlos con aceite. Vi erizar tus pezones. Entraste en situación y mis manos, arrullaron suavemente tus pechos. Giraban y giraban, entrecruzándose de un pecho al otro y otra vez al primero. A veces, me detenía en tus pezones tal antenas levantadas escrutando señales en el techo de la habitación.
Te mordiste el labio y me sugirió que esta era la señal esperada para deslizar el aceite en dirección hacia el ombligo. Un dedo se paró y jugó, dió vueltas y entró y salió provocando el derrame del aceite acumulado. Otra señal para continuar mi descenso hacia el blanco.
Dejé caer un hilito de aceite sobre la tira de tus bragas para mojarlas y empaparlas mientras recorría con un dedo su camino con destino a la parte interior de tu entrepierna. Sentí como suspiraste.
Mis manos recorrieron la parte interior de tus muslos y se detuvieron siempre, una y otra vez, al lado de tu sexo. Dos manos arriba y abajo, de fuera a dentro y de abajo a arriba y dentro a fuera. Una vez más paradas cerca de este blanco que poco a poco, vi cambiar de color.
El sándalo dejó paso a la fragancia que desprenden los extractos de las almendras dulces. La música de Bob Marley me marcaba el compás. Cada vez más cerca y por primera vez, dejé correr mis manos cerradas como puños para que notaras que se acercaba tu momento. Mi mano, abierta, se deslizó bajo tus bragas para acariciar tu pubis y en la constante, mi otra mano se acercó como su pareja de baile.
Me cole entre tus piernas y toqué tu sexo escuchando como soltabas tu primer gemido. Doblaste las piernas y dejaste paso franco a mis manos.
Corté la tira de tus bragas sin pensar que te importaran. Se habían encogido y me permitían ver tu sexo, húmedo, brillante, caliente. Deseoso de ser mimado, tratado con amor y sacudido hasta provocarte el orgasmo.
Tus manos me pedían más. Más fuerte. Más suave. Más dentro.
Tus gemidos se acompasaban del ritmo que marcaban mis dedos y una mano, te levantaba el culo para dar lugar a una mejor entrada y para ti, más complaciente.
A tu lado, me sonreían tus ojos y me hablaban de la experiencia que estabas viviendo. No dejaba de tocarte y te robé un beso. Húmedo, ardiente.
Un espasmo me enseñó como llegabas al cielo mientras me pedías que no me detuviera y cerrabas las piernas impidiendo mi retirada. Te aferraste a mi brazo con los ojos cerrados.
Sin querer que éste fuera el último contacto con tu piel, reseguí tu cuerpo con un dedo.
Sólo me quedaba el taparte, cerrar la luz y dejar que disfrutaras de tu momento de relax. Yo salí de la habitación, me senté en mi sillón preferido con la mirada perdida y disfrutando mientras pensaba que, por un breve instante, hice mio tu cuerpo.
Encendí un cigarrillo y el humo se abrió camino dentro de mí al igual que yo entré en tu alma.
Tu respuesta a mi anuncio me sorprendió.
Me situé en un extremo de la cama, detrás de tu cabeza, con el fin de acceder uniformemente a la parte superior de tu cuerpo. Separaba tus brazos cruzados sobre tu pecho para situarlos a los lados para que, una vez descubiertos, mojarlos con aceite. Vi erizar tus pezones. Entraste en situación y mis manos, arrullaron suavemente tus pechos. Giraban y giraban, entrecruzándose de un pecho al otro y otra vez al primero. A veces, me detenía en tus pezones tal antenas levantadas escrutando señales en el techo de la habitación.
Te mordiste el labio y me sugirió que esta era la señal esperada para deslizar el aceite en dirección hacia el ombligo. Un dedo se paró y jugó, dió vueltas y entró y salió provocando el derrame del aceite acumulado. Otra señal para continuar mi descenso hacia el blanco.
Dejé caer un hilito de aceite sobre la tira de tus bragas para mojarlas y empaparlas mientras recorría con un dedo su camino con destino a la parte interior de tu entrepierna. Sentí como suspiraste.
Mis manos recorrieron la parte interior de tus muslos y se detuvieron siempre, una y otra vez, al lado de tu sexo. Dos manos arriba y abajo, de fuera a dentro y de abajo a arriba y dentro a fuera. Una vez más paradas cerca de este blanco que poco a poco, vi cambiar de color.
El sándalo dejó paso a la fragancia que desprenden los extractos de las almendras dulces. La música de Bob Marley me marcaba el compás. Cada vez más cerca y por primera vez, dejé correr mis manos cerradas como puños para que notaras que se acercaba tu momento. Mi mano, abierta, se deslizó bajo tus bragas para acariciar tu pubis y en la constante, mi otra mano se acercó como su pareja de baile.
Me cole entre tus piernas y toqué tu sexo escuchando como soltabas tu primer gemido. Doblaste las piernas y dejaste paso franco a mis manos.
Corté la tira de tus bragas sin pensar que te importaran. Se habían encogido y me permitían ver tu sexo, húmedo, brillante, caliente. Deseoso de ser mimado, tratado con amor y sacudido hasta provocarte el orgasmo.
Tus manos me pedían más. Más fuerte. Más suave. Más dentro.
Tus gemidos se acompasaban del ritmo que marcaban mis dedos y una mano, te levantaba el culo para dar lugar a una mejor entrada y para ti, más complaciente.
A tu lado, me sonreían tus ojos y me hablaban de la experiencia que estabas viviendo. No dejaba de tocarte y te robé un beso. Húmedo, ardiente.
Un espasmo me enseñó como llegabas al cielo mientras me pedías que no me detuviera y cerrabas las piernas impidiendo mi retirada. Te aferraste a mi brazo con los ojos cerrados.
Sin querer que éste fuera el último contacto con tu piel, reseguí tu cuerpo con un dedo.
Sólo me quedaba el taparte, cerrar la luz y dejar que disfrutaras de tu momento de relax. Yo salí de la habitación, me senté en mi sillón preferido con la mirada perdida y disfrutando mientras pensaba que, por un breve instante, hice mio tu cuerpo.
Encendí un cigarrillo y el humo se abrió camino dentro de mí al igual que yo entré en tu alma.
Tu respuesta a mi anuncio me sorprendió.
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