Escrito y editado por Pep Cassany

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Estaba llegando a su casa. Había cenado con las amigas después de un largo y cansado día de trabajo.

Vivía en un piso del Ensanche de Barcelona y mientras subía a la cuarta planta del edificio, en el ascensor, el vecino del quinto no dejaba de cotillear la pantalla de su móvil. Marta, tenía una cita virtual y el tiempo se le echaba encima. Pasaba más de una hora de la convenida y empezaba a imaginar, como reconduciría la partida.

Lanzó las llaves y el abrigo sobre la primera silla vacía que encontró camino de su dormitorio. Empezaba el juego y la contestación a su último mensaje, sólo podía ser de sorpresa. Había recibido cuatro líneas escritas por su amante virtual que de pronto, se revelaba como un escritor de relatos más largos de los típicos ciento cuarenta y cuatro caracteres.

Mientras elegía el emoticono de respuesta que representaría su cara de sorpresa, leía y releía el texto que la situaba como protagonista del relato. Sin conocerla, aquel hombre había sido capaz de extraer la esencia de su presencia en las redes sociales.

A Marta le gustó comenzar por describir la incomodidad que le producía la ropa de trabajo al llegar a casa. ¿ Donde se había detenido el día anterior?  ella le envió la imagen de una mujer que con un brazo, se tapaba sus pechos, insinuando por donde debería continuar el juego.

El intercambio de mensajes se precipitaron sobre una cama. Imágenes a cambio de palabras. El juego de Marta consistía en excitar el escritor con las imágenes del proceso de desnudarse como si él estuviera delante. Retrataba su cuerpo vestido, las rendijas de la blusa desabrochada que dejaba entrever la delicadeza de su piel y sugería, que tirando las prendas al suelo, podría disfrutar de un relato privado.

Lo imaginó, sentado en un viejo sillón de cuero, vestido de traje, piernas cruzadas y los brazos abiertos. Manos delicadas, dedos de pianista. Ideales para recorrer cada milímetro de su cuerpo.

El pezón del pecho de Marta aparecía en la primera de esas imágenes y a cambio, el mensaje que recibió, la incitaba a percibir su presencia acercándose por la espalda, hasta sentirlo tan cerca que fuera posible tocarla con la nariz en la nuca y oler su piel.

Las braguitas negras de encaje le molestaban. Bonitas pero incomodas para estar por casa. ¿ Sugeriría la imagen de un tira cayendo por el lado? Mandándole esa foto le estaría contando que, ese era el camino.

Un hilo de pelo afeitado y liso sobre su coño, que poco a poco, empezaba a notarse húmedo y caliente. Él le pidió que se pusiera a cuatro patas y Marta, al caer encima de su cama, con las bragas todavía entre piernas, le envió la foto que mostraba su sexo, rematado por un hilo de pelo afeitado y liso. Se decidió a ejecutar los deseos de su amante.

Tan sólo le quedaba tocarse. Imaginarse la situación. Intuir cómo se sentiría al cabalgar sobre él. Qué sentiria en su interior. Como le mojaria el coño mientras le comía con la boca.  Marta sentía la necesidad de morderle la polla, engullirla hasta el fondo y seguir su contorno hasta llegar a sus huevos, mientras sus manos, cuidaban que no le faltase atención a su falo erecto. Follar. Ahí mismo, en su cama. Atarlo. volverlo loco de deseo.

Repetir una y otra vez el ritual. Sugestionar la mente.

El cerebro, el órgano sexual más potente del ser humano.

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