Escrito y editado por Pep Cassany

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Carta abierta a la Dirección de Tráfico por carretera


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Tal procesión de Semana Santa, uno a uno, tras uno, otro, paramos el coche y como quien dice, todavía no hemos iniciado el camino hacia la playa. Las largas colas de coches antes iban desde Barcelona en dirección a  la Costa Brava y ahora somos nosotros, payeses, quienes por envidia enferma, hemos puesto todas las trabas a la Carretera para parecernos a los Señores de Barcelona que, igual antes como ahora, salen desesperados de la ciudad en busca de la arena de la playa, su maltratada Paella y la Sangría, objeto de deseo. Ellos, en esas largas y pesadas retenciones de vehículos que deportivamente han encajado siempre a fin de obtener el preciado retrato, ahora llamado selfie , que obtenga más likes y más comentarios de sus amistades que, al mirar el retoque y cara de felicidad, creerán  que han llegado a destino por un camino de rosas.

Pobres de nosotros, pueblerinos, que hemos puesto los semáforos en las carreteras comarcales, para que puedan pasar peatones, si es que nunca pasa uno, parando los coches minuto a minuto, por si a caso un abuelo acompañado de sus amigos, quisieran sentarse junto a la Carretera y vernos pasar, imaginando hacia a donde vamos, a quien llevamos al lado y a su vez deseando, que alguna mujerzuela de labios carnosos y tetas descomunales se detengan a comprar en el estanco o bien, si son de tierras lejanas, turistas recién llegadas, les pregunten si esta es la cola las llevará hasta en el mar.

Con tanto tiempo por delante, según el dominguero que conduzca el coche, el viaje se hace más largo que un día sin pan. Radares de tramo absurdos, en carreteras donde no hay cruces, incorporaciones ni desvíos que hagan del tramo, zona peligrosa. Letreros donde advierten de los radares y dejan la duda al conductor que cree, que si va a sesenta kilómetros por hora, seguro no lo cazarán. Policías, situados en rotondas que atemorizan a los conductores. En fin, una carrera de obstáculos absurdos que no dejan de obligar a tocar el freno al conductor de delante, obligando al de atrás, al tiempo que lo haran todos los otros y acabaran por detener el tráfico y comenzar la caravana con el llamado efecto acordeón.

A todos estos profesionales del tráfico, libre pensadores de la red de carreteras públicas seguras, pedirles que se queden cerca de la capital, mientras los pueblerinos hacemos lo que hicimos toda la vida, regular nosotros mismos las carreteras, la velocidad y la seguridad, para que saliendo mucho más tarde de casa, lleguemos mucho antes que los Señoritos de ciudad, encontremos aparcamiento cerca de mar y no lleguemos cansados ​​y hartos de tantas colas y con ganas de irse o tirarnos a la bebida del chiringuito que, aparte de vaciarnos los bolsillos, aún pueden ofrecernos algo peor, un servicio lento, poco profesional y caro.

Si por mí fuera, a los Señores de Tráfico, los enviaba a cuidar ganado, a saber, si viendo que los rebaños también se les pueden escapar de las manos, confiarían más en los perros pastores o bien acabaran por elegir no dejar salir nunca al rebaño del corral.

Más vale llegar tarde que nunca, pero por lo menos, que llegamos hoy.

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