Melancolía

En mi estudio, refugio de piedra, madera y cristal, parecido a una caja de pesebre rematada con una chimenea que quema la última leña seca que me queda de este invierno, el sofá de cojines rellenos de plumas y forrados de pana negra, me reclama para que me estire a pensar y decidir, qué libro elegiré para descansar de cuerpo y activar mi cerebro.

Alguien en el cielo ha decidido, remojarnos y mandarnos a todos a casa y aprovecho estas últimas horas de primavera para zambullirme bajo la manta que me procura calor y sueño. En mi siesta, después de una buena comida, regada por un buen vino, café y copa, mi estado es el idóneo para cerrar los ojos y soñar.

Escucho como la lluvia impacta violentamente en el tejado y el agua corre por las canales, cae por los montantes y se esparce por la tierra que, empapada, la rechaza y le obliga a embalsarse.

La melancolía me atrapa con su dulce melodía, decidí acompañarla con las letras de un poeta que, en mi opinión, tal día como hoy de quién sabe cuántos años hace, medio dormido en su cuarto, después de un vino caliente y pensando en la siesta, escribiría versos sin saber, que tal día como hoy, yo y otros ciento, lo leeremos y  le haríamos mención.

Ciertamente la realidad supera la ficción pues, llueve y hace frío, el sofá lo tengo ocupado por cuatro niños grandullones que gritando y peleándose, dicen pasarlo bien mientras jugando, interpretan las normas de mi casa a su gusto.

Me queda por fregar los platos, barrer la cocina, llevar a la amiga de la niña a cuarenta kilómetros de distancia y pensar, cuánto tiempo tendrá que pasar antes de que pueda apropiarme de mi sofá, mi cama y cerrar los ojos, sabiendo que mañana me tocará volver a barrer, fregar el suelo y dejar que el agua  continúe cayendo para imaginarme en otro lugar.

La realidad supera la ficción.