Cap de Creus, un rincón del paraíso
En un rincón del mundo, perdidos de la mano de Dios, llegamos a la cima donde, una antigua barraca de pastores nos ofrece el único resguardo del sol en cinco kilómetros a la redonda.
Tal como Dioses, quedamos inmóviles contemplando su obra. A nuestros pies, las rocas y matorrales de una montaña árida donde nada crece más alto de dos palmos sobre el suelo, acostumbrada a hacer frente a la tramontana, siempre valiente y afilada, celosa de la belleza que admira cada día el Puig de bufadors.
A vista de pájaro parece que el mar entra y sale de la tierra, a veces desgarrador, frente rocas que se levantan desvergonzadas y cortantes, sin miedo a los embates de las olas que, hoy inexistentes, esculpen gota a gota un rincón del paraíso . Piedras y más piedras, barrancos, calas y montaña. El mediterráneo dibuja la Costa Brava y el hombre, al lado del mar construye su hogar, un día refugio de pescadores y hoy, escapada de turistas enamorados de lo que fue, decidieron invadir la tierra prometida.
Desnudos ante tanta belleza donde la naturaleza inunda los cinco sentidos, enmudece.
El sol de media tarde empapa las fachadas blancas de las casas de Cadaqués, mientras en el horizonte, el cielo, azul brillante, difumina su color por la calima que desprende el agua de mar, hoy ardiente, cediendo y evaporandose para acabar dibujando una larga y estirada nube blanca.
Cap de Creus, un pedazo de paraíso.
Tal como Dioses, quedamos inmóviles contemplando su obra. A nuestros pies, las rocas y matorrales de una montaña árida donde nada crece más alto de dos palmos sobre el suelo, acostumbrada a hacer frente a la tramontana, siempre valiente y afilada, celosa de la belleza que admira cada día el Puig de bufadors.
A vista de pájaro parece que el mar entra y sale de la tierra, a veces desgarrador, frente rocas que se levantan desvergonzadas y cortantes, sin miedo a los embates de las olas que, hoy inexistentes, esculpen gota a gota un rincón del paraíso . Piedras y más piedras, barrancos, calas y montaña. El mediterráneo dibuja la Costa Brava y el hombre, al lado del mar construye su hogar, un día refugio de pescadores y hoy, escapada de turistas enamorados de lo que fue, decidieron invadir la tierra prometida.
Desnudos ante tanta belleza donde la naturaleza inunda los cinco sentidos, enmudece.
El sol de media tarde empapa las fachadas blancas de las casas de Cadaqués, mientras en el horizonte, el cielo, azul brillante, difumina su color por la calima que desprende el agua de mar, hoy ardiente, cediendo y evaporandose para acabar dibujando una larga y estirada nube blanca.
Cap de Creus, un pedazo de paraíso.
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