Escrito y editado por Pep Cassany

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Serenidad y Meditación


Opinión con acento


Ya hace días que lo sé, vamos a dedicar un rato a la meditación en familia.

Lo haremos en un parque. Al atardecer. Rodeado por mis hijos, amigos y un montón de desconocidos.

Supongo que la actividad será positiva para todos. Los niños están con las pilas cargadas a tope y un rato de relax les hará bien. Difícilmente se quedarán quietos pero, en todo caso, les he pedido su atención y el respeto para la gente que quiere meditar.

Nos incorporamos al corro y dispuestos a vivir un viaje hacia nuestro interior. Debemos reconocer los pensamientos que quieren ocupar un espacio fuera de lugar y preguntarnos, son necesarios ahora? y ante un no por respuesta, echarlos.

Me zambullo en mi yo, acostumbrado al silencio y la reflexión diaria, me doy cuenta que no tengo demasiadas preocupaciones importantes y me dispongo a disfrutar del momento, la compañía y el entorno. Tomo conciencia y me dejo guiar hacia donde mi voz interior quiera llevarme.

Cierro los ojos. Me concentro en la respiración y me preparo para mi introspección. No lo hago solo. Como padre, sigo atento al comportamiento de mis hijos. Me gustaría acompañarlos. Hacer camino con ellos. Carina, está siguiendo las instrucciones y lo intenta. Seguro, tiene un mundo por descubrir.

Inmerso en la oscuridad, me zambullo en las aguas someras de mi mundo y me levanto, al igual que crece la semilla de un roble germinando en el sotobosque. Siento como el tiempo transcurre a toda prisa y el árbol crece y crece. Ensancha el tronco y surgen ramas jóvenes que se llenan de hojas verdes. Me creo y siento como el Roble joven. Seguro de mí mismo.

No estoy solo. Me he levantado y crecido en medio la naturaleza donde muchos otros como yo, se han alzado formando un circulo y entrelazando las ramas de sus árboles.

Soy consciente y me siento bien arraigado. Firme.

Las ramas de mi árbol, imperturbables, aunque como yo, orgulloso y gallito, sé que no soy joven, alto y valiente. No soy único y formo parte de un todo. Es así cuando por primera vez, las hojas de mi árbol toman vida propia. Se mueven suavemente en una dirección y mientras las admiro, me pregunto qué las remueve.

Viento de poniente, suave y caliente, se escurre y se adentra en este paraje, me acaricia las ramas y me pide que me deje llevar. El roble joven cree inconscientemente, debe mantenerse firme.

Escucho el murmullo que provoca el viento cuando se adentra entre hojas, ramas y árboles. Se nutre del suelo húmedo por lágrimas derramadas y que a la vez, han servido para alimentar y hacernos crecer. Se mueve. El bosque se mueve al vaivén de las ramas guiadas por el viento.

Me asusto. Mis ramas no se mueven y me pregunto, porque no se dejan llevar. Me adentro en mis raíces y de repente, descompasadamente surge el movimiento. Girando a la contra y buscando, como acompasarme con los demás.

Las mías, están enlazadas con las ramas de los compañeros. Todos juntos, formamos un círculo perfecto y primitivo, refugio de brujas y brujos. Un claro en el bosque donde pedir a la naturaleza, protección. El tronco de mi roble ahora se mueve. Reconoce la flexibilidad que necesitaba para no terminar dañado por una fuerte ráfaga de viento.

Mengua el viento y abro los ojos.

Serenidad.

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