Escrito y editado por Pep Cassany

Relatos cortos y artículos de opinión de Pep Cassany

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Estimada Nana

Articles d'opinió i relats curts en català d'en Josep Cassany
Pendiente de edición al castellano
Barcelona - Sant Gregori, 16 de abril de 2015
Estimada Nana.
Volveré libre, pasearé por el valle, subiré las montañas, miraré fijamente y con los ojos limpios por tantas lágrimas derramadas, a las personas que de verdad me amaron.
Soy ausente, invisible, no quedo más que en el recuerdo de quienes me acompañaban de pequeña a la escuela, aquel edificio pintado de blanco, con un grueso zócalo de piedra y con azulejos de color amarillo que aún a día de hoy preside la calle Mayor de Sant Gregori.
Necesitaré tiempo para ser yo misma, visitar a parientes, preguntar por los amigos. Seguramente, muchos se fueron,, igual que  yo hice siendo jovencita para escapar de casa. El pueblo se me quedaba pequeño. Urdía planes para saltar desde el puente de la autopista encima del primer camión, que en dirección Norte y destino Europa, se detuviera al sentir caerme sobre su lona y mientras el conductor hurgaba entre la carga para saber lo que pasó, yo aprovecharia para esconderme en la cabina y conseguir mi fuga.
Mi imaginación volaba al creerme paseando por la Orilla del río Sena en París, donde me paraba a observar como la pincelada de un artista, añadía mi silueta en su obra. Reclinada en la barandilla de aquel río, podría enamorarlo y convertirme en su musa.
Podría haber huido haciendo autostop o cogiendo el autobús, incluso podía marchar caminando y después de un par de horas llegaría a Girona, pero me parecía imprudente para una chica de trece años, sola con el dinero de una pequeña hucha, más allá de una semana. Se me hacía pesada la espera de encontrar un hombre que me salvara, pues por unos días creí que esta era la solución más sencilla y que seguro, contaría con el visto bueno de mis padres. Suerte tuve de la Madrina, la mujer más bella que he conocido y la más vieja que convivía en casa con nosotros.
Sentada dentro de aquella chimenea en la cocina de la Masia, removiendo la sopa que hervía en la cazuela colgada por la cadena y ennegrecida por el hollín que se acumulaba día a día, la Madrina cantaba y mascullaba cuando creía que nadie estaba a su alrededor. Escondida detrás de la puerta y en silencio, yo escuchaba sus Zarzuelas pues, si ella me sabía jugando por allí, dejaba de cantar y me llamaba - Maria ven aquí!
La cocina de casa todavía iba con carboncillo, de hecho todo el Mas era tan antiguo y estaba tan destartalado, que nos caía a pedazos por más que el padre hiciera parches. Primero cerró el desván, nido de palomas malolientes, que aprovechaban que no había ventanas para hacer de aquella azotea su refugio. No mucho más tarde, ya no queríamos subir a la segunda planta pues los vigas de madera podridas por la humedad, parecían que querían caer y dejarnos sin techo. Suerte teníamos, años atrás el padre había construido una comuna en la terraza del primer piso y de noche ya no nos había que salir por la puerta trasera, cruzar el patio y llegar hasta ese cuarteto asqueroso junto a la pocilga. En esa nueva común, cuando el agua del verano se templaba, incluso podíamos usar el plato de ducha para lavarnos.
La Nana, como yo llamaba la Madrina, me sentaba en sus faldas para darme calor tapándome las piernas con su delantal. Comenzaba siempre susurrando la misma canción lle lle Tatanet, acompasadamente movía las rodillas para que me pareciera que galopaba. Para merendar, un corte de pan con chocolate y si acababa pronto los deberes de la escuela, escucharíamos juntas a Elena Francis por la radio. Cuántos dudas que tenían y cuantos consejos les daba a las desgraciadas Piscis, madres solteras y otras mujeres desesperadas por el amor y desamor de sus amantes maridos.
Los domingos nos apressàvem de levantarnos, lavarnos y vestirnos como si fuera fiesta mayor. La misa comenzaba a las diez y al primero que llegaba tarde, el cura le clavaba la mirada para saber a quien regañar a la salida de la homilía. El padre llegaba cuanto todas nosotros ya estábamos sentadas en los primeros bancos y él, con otros amigos, campesinos que labraban uno o otro campo, se quedaban en la puerta charlando todo el tiempo para no entrar. Lograban romper el silencio provocado por el cura y acabábamos todas juntas para girarnos y llamarles la atención, poniéndonos un dedo delante de la boca en demanda de silencio y para que guardaran la poca vergüenza que les quedaba.

Después de comer, tanto el padre como sus amigos, morcilla y carajillo de Magno en Can Ribas, que les servía de refugio para esconderse de la mujer y hacer volar palomas de la cosecha de ese año o quejarse del precio que les pagaban por la leche.
Las mañanas de domingo, a las doce del mediodía, los chicos del pueblo jugaban al fútbol con la Asociación Deportiva San Gregorio, orgullosos de llevar la camiseta con los colores del Barça. No recuerdo que ninguno de ellos despuntara y acabara jugando en primera, pero de jovencita, todas las chicas corríamos por las bandas de aquel campo de arena para recogerlos la pelota y devolverla mientras los golpeábamos el ojo con la esperanza que uno o otro si fijaría y quizás nos invitaría a salir.
Mi madre regañaba a la Madrina por que creía que me consentía. Si la madre me daba diez céntimos para comprar golosinas, la Madrina a escondidas me daba dos reales todo pidiéndome que le llevara por ella. - Si no tienes dientes - le decía yo - por eso llévame regaliz y si quieres, cómprate un chupa chup por ti.
El día que el padre y la madre llevarme a trabajar por primera vez en un hostal de Calella, por el camino aprovechaban para instruirme en cómo tenía comportarme y que era lo que esperaban de mí. El dinero de la mesada les habría de enviarlos cuando cobrara y ellos, ya se encargarían de administrarlos y guardarlos a fin de cordero. En el campo, la chica debía entregar la dote y los padres y suegros firmar convenientemente los documentos que regulaban el matrimonio. Así lo habían hecho sus padres con ellos firmando los pactos prematrimoniales y así querían que fuera cuando me entregaran promesa a mi marido.
Calella me abrió la puerta y yo me apresuré en cruzarla.
De día mientras trabajara en el hostal, vestiría de criada con un vestido de color negro y delantal, sin cofia pero con el pelo bien recogidos y enclenxinats. Saludaría a los huéspedes cuando bajaran a desayunar y más tarde, cuando salieran a bañarse en la playa, aprovecharía para limpiar sus habitaciones, eso si, no podía abrir la puerta sin antes estar segura de que se habían ido. Después de comer, tendría un rato libre para poder aprovechar y salir a pasear, ir a bañarse o escribir a mis padres para que supieran que me trataban muy bien. Todo ello explicado ante el padre que, con el silencio y complicidad de la madre me recordaba - haz bondad y todo lo que te mande la Señora -
Y así lo hice. Todo lo que me mandaba la Señora. Mi primera minifalda y alpargatas con tacón me hizo comprar dos días después de llegar
 - No querrás asustarme la clientela con los vestidos de tu madre. Eres joven y guapa y tienes que lucir. Haz girar los hombres cuando pasees por Calella, así seguro que cuando vuelvan a casa y se lo expliquen a los amigos, todos querrán venir. Sale a pasear, píntate algo, muévete graciosamente, no queremos que nadie piense que eres una chica fácil, pero tampoco una campesina -
Una semana más tarde, me presentó a uno de sus clientes, que como cada año, venía a veranear en Calella y si quedaba todo un mes. El Jean Pierre era un joven bohemio de familia bien, empezó a veranear en Calella de pequeño con sus padres y en ese momento, con veinte y cinco años, venía solo y todavía no se había casado. Cada año, las chicas de Calella se lo disputaban y hacían apuestas para saber cuál de todas ellas conseguiría conquistarlo. De hecho, el Jean Pierre no parecía demasiado interesado en otra cosa que no fuera en la vela y su patín. Cada mañana, como quien campesino se levanta de la cama con la prisa por dar el primer comida al ganado, él bajaba hasta la arena de la playa para despegar su vela y salir a navegar.
A su vuelta, revolucionaba el hostal. Entraba por la cocina y salía a la recepción para avisar a todos los huéspedes que la comida estaba en la mesa. Reía por los codos y su color de piel morena, acentuaba aún más el color de su sonrisa blanco intenso. Jugaba con la dueña y mientras me miraba, le preguntaba de dónde había cosechado aquella perla que de pronto el aletargado de tristeza por que no le hacía ni caso.
- De campesino, contesté.
- Fantastique! exclamó, me gusta ver cómo el verde de la montaña se acerca hasta el mar de esta maravillosa Costa Brava. Acompáñame un día hasta Llafranc paseando y te enseñaré los rincones más bonitos que se esconden en estas aguas.
Por más que yo lo negara, Jean Pierre me atraía como la tierra en el arado o el mar en la barca, pero no era yo quien tenía que decir si podía salir a pasear con él, de hecho yo debería obedecer el que mandara la Señora y ella, me empujó.
Ante un mar quieto, una noche de luna llena, descubría qué gusto tienen los besos de enamorados. A sal, a mar, a perfume francés. Jean Pierre estaba en el agua y me pedía que fuera. Lentamente, desnuda, me adentraba en el agua clara que me llevaba a su lado y así, lentamente, dulcemente, comerme sus labios en mi primer beso.
Un tocadiscos portátil era todo lo que necesitaba Jean Pierre para hacer una fiesta en el Hostal. Cuando acabábamos de dar cena a todos los huéspedes, la música llenaba el comedor para convertirlo en pista de baile. La Señora, se dejaba llevar por la alegría de Jean Pierre que ante él, movía las caderas para provocarla y hacerla bailar. Más de uno y dos días, acababa bailando incluso la cocinera, una señora andaluza que venía cada año a hacer la temporada y no entendía ni una palabra de Catalán. De hecho, acabó por llevar la familia y vivir en Calella pero que yo sepa, nunca aprendió a hablar el Catalán.
Detrás del primer amor salado, vino el más áspero. Del grupo que jugaban al fútbol en Sant Gregori uno, picarme el ojo. Era celoso, machista, no me dejaba llevar los vestidos que me había comprado con las propinas del hostal donde de hecho, no quería que volviera nunca más a trabajar y si era necesario, él estaba dispuesto a hablar con mi padre para pedirle le mi mano y cerrar el compromiso para cuando fuera un poco más grande poderme de exponer. Menos mal de la Madrina, que viendo las intenciones de aquel bondadoso, preguntó a los padres por qué no me enviaban a estudiar a Barcelona.
- Seguro que mientras sirve una buena casa puede estudiar y terminar por ser una mujer de provecho-.
Todo lo que significaba recibir y no gastar dinero, era de buen grado de mis padres y tal dicho, y hecho, pidiendo referencias a la Señora del Hostal ella misma se interesó por que yo entrara a su servicio en su casa en Barcelona.
La academia de Comercio daba clases de tarde y para pagar las clases y el alojamiento, trabajaría todas las mañanas de lunes a domingo. La Señora o Paquita como me rogó que lo llamara a partir de ese momento, me acompañó a despedirme de los padres y mientras con un brazo me abrazaba, con el otro les hacía señas de adiós.
Estudiaba y trabajaba, trabajaba y estudiaba y no hacía nada más. Los domingos por la tarde la Señora Paquita me pedía que la acompañara al cine para no ir sola - con quien comentar la película - me preguntaba. Siempre elegía películas de amor, sesiones dobles que estrenaban cada semana en una u otra sala de cine de la ciudad. Barcelona estaba llena de colores y allí yo me sentía cosmopolita.
Los veranos hacia Calella y los inviernos, en la ciudad. Cada vez se hacía más largo el tiempo entre visita y visita a casa de los padres, la Señora Paquita no me trataba como a la criada que contrató si no como la hija que nunca tuvo. Siempre le he agradecido que fuera ella quien abriera la luz de mi mundo, pues me enseñó que podía valerme por mí misma, pensar, decidir y finalmente hacer todo lo que un día había soñado. Como clave de bóveda, me explicó la importancia capital del respeto por la manera de pensar o hacer los demás,
- No es necesario compartir la manera de hacer y pensar de los demás, sólo respetarlos y actuar con coherencia en tu propia manera de pensar -.
Una mujer adelantada a su época y que siempre tuvo amantes. Los hombres la buscaban por su físico y ella los rechazaba por sus mentes.
- ¿Quién sólo observa la belleza exterior no entenderá la belleza de mi interior, que al contrario que una bonita apariencia que se marchita como una flor por el paso del tiempo, crece cada día y estalla en la vejez.
 No hay dos mujeres iguales en el mundo y ella, me dio herramientas para que yo me formara como persona y tomara conciencia de mi propio destino.
Cuando los estudios me lo permitían, me dejaba acompañarla en sus viajes por Europa en busca de agencias de viaje que llenaran de turistas del hostal. Aunque no por tener una educación reglada, yo hablaba bastante bien el francés, pues al pasar bastantes veranos con Jean Pierre disponía de él como diccionario de cama y al despedirnos me pedía - No te olvides de tu diccionario francés ! - Y se refería a sí mismo y no un libro. Las olas del verano llevaban y se llevaban Jean Pierre como levante hacen con la arena de la playa.
Año tras año la ciudad me resultaba más fría y vacía, echaba de menos el calor de las personas que te llenan el corazón de sentimientos y añoraba la Madrina, que antes que ningún otro de casa, había intuido que yo necesitaba crecer, estudiar , ver mundo y como ella decía, volver cuando me sintiera desarraigada.
Cuando pensaba en San Gregorio me gustaba imaginar cómo algunos de mis amigos continuarían trabajando la tierra de sus padres, pero otros, saldrían cada día hacia fábricas, comercios u oficinas de Girona. La transformación de los pueblos era inevitable, las generaciones más jóvenes nos estábamos abriendo camino a paso de caracol y pretendíamos transformar la sociedad conservadora en una más moderna y justa con todos. Había estallado una revuelta donde yo quería estar presente. Las mujeres reclamábamos la igualdad de géneros.
Un montón de veces creí que era hora de volver a casa y como ocurriría en cualquier otra pueblo, de mí se hablaría. La chica que se fue de casa para ir a descubrir mundo, estudiar, trabajar, ser independiente, volvía con aires de ciudad y luciría descarada su feminidad para hacer girar el mundo. Me pasearía por las calles fumando mis cigarrillos y me resultarían indiferentes las miradas que se escondían detrás del diario del bar del pueblo, de mí se hablaría, pero en todo caso, no quería que fuera por las frivolidades de café si no para las convicciones que se desprendían de mi personalidad. Trabajaba, pensaba y actuaba por mi misma sin la necesidad de ser un hombre o tener uno a mi lado.
Mirando atrás, parece extraño haber tardado tanto tiempo para llegar a donde le corresponde a toda persona, la igualdad sin distinción de sexos, razas o religiones. Aunque ahora hay quien cree que no si ha llegado, que una u otra actitud se peyorativa y que a pesar de todo, somos o seremos tratados de manera diferente y es cierto, pero para evolucionar, tiene que haber nuestra voluntad de cambio. Todo radica en la cultura y las costumbres, trampa donde no debemos caer para poder educar a nuestros hijos de la forma en que queremos ser tratados.
Quizás yo tuve que salir de casa para recibir una educación diferente a las costumbres de mis padres. La Señora Paquita, la Nana y otros después de ellas, se han esforzado en educarnos en la igualdad de géneros. Para todas ellas mi reconocimiento, pues su legado será valorado y transmitido a las próximas generaciones.
Así termino el relato de algunos recortes que fueron importantes en mi propia historia, la de aquella niña que se fue y que finalmente hoy ha vuelto, como me dijo la Madrina, cuando me he sentido desarraigada.
Con los ojos limpios por las lágrimas derramadas en la añoranza, he vuelto a pasear por la Calle de Abajo y he descubierto cómo iba cambiando la fisonomía de mi calle, aquel que un día fue el antiguo camino real y mucho más tarde, el patio de mis juegos. El pueblo que recordaba ha crecido y se nota su transformación y no sólo la de las casas y las calles si no, en la manera de actuar de las personas. He querido encontrar una similitud de transformación en la naturaleza pues los bosques que rodean el valle, parecen los mismos y no lo son, los árboles crecen y nacen nuevos, caen las ramas más débiles o más viejas y desde el suelo, se convierten en abonos para ofrecer nueva vida en el bosque.

Vuelvo libre, envejecí lejos de casa.

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