Escrito y editado por Pep Cassany

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Niño, no tengas prisa en hacerte mayor

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Cuando yo tenía seis o siete años, mi madre daba vueltas a la mesa del comedor de nuestra casa armada con una alpargata en la mano. Gritaba y buscaba el espacio que quedaba libre entre las sillas para que, desde un buen ángulo y con un solo movimiento de muñeca, lanzar su alpargata por debajo de la mesa y impactar certeramente en mi piel. No dolía pero picaba. Estoy seguro que algo gordo debí haber hecho o sencillamente, a mi madre, con tantos niños corriendo por la casa, le habíamos acabado la paciencia y por tanto, que mejor que un poco de ejercicio para desestresarse de tanta canallada .

Mucho más tarde, la primera cerveza a temperatura ambiente tenía un sabor amargo y unos efectos secundarios. No comprendía que era lo bueno de esa bebida porque mis amigos, después del primer botellin, pedían otra cerveza.

Escondidos, los chicos mayores nos dieron a probar el tabaco, mentolado, para que no nos delatara el aliento, llenando por primera vez mi boca de humo y provocándome una tos nerviosa y a ellos sus risas. Los primeros cigarrillos eran un acto prohibido y más tarde, una falsa condición para demostrar que ya eras mayor.

El primer beso, furtivo, inocente.

Los estragos que te provoca la primera borrachera colectiva y cómo lograr llegar a casa sin síntomas evidentes que la delaten.

La sensación de libertad que provoca bañarte desnudo en una cala escondida.

El poder que se desprendía del puño de gas de una moto o la adrenalina del pedal de gas de un coche. Te transportaba y te ayudaba a descubrir dónde residen los límites de la libertad, la convivencia, el amor o la muerte .

El primer sexo que mimaste con tus dedos. Placeres ocultos hasta entonces.

Saltarse normas y leyes, con el temor a ser pillados, con las consecuencias que ello conllevaría y con la satisfacción personal de no pagar por la fechoría. La mala conciencia y los remordimientos por transgredir el orden cultural establecido te ofrecen una lección magistral para no volverlo a repetir.

El primer trabajo y tu primer sueldo. El poder del dinero en tus manos. Vender tu tiempo y a cambio, obtener el objeto de tu deseo.

Ciertamente, nunca es tarde, aunque convirtiéndonos en adultos, perdemos la inocencia y por tanto, la sensación y el placer que nos provocaba descubrir algo por primera vez. Quizás si, la edad me delata pero en todo caso, no he dejado de buscar el placer de la primera vez en que yo ... a saber todo lo que me queda por descubrir.






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