Escrito y editado por Pep Cassany

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Maldita casa




Por más tiempo que haya transcurrido desde que vivo en esta casa, por las noches, los ruidos que produce todavía me desvelan. He descubierto que, cuando sopla fuerte la tramontana, mueve de un lado a otro la antena de televisión y el cable de la conexión, corre por encima de las tejas reproduciendo un sonido parecido al de una animal arrastrándose por el tejado.

El sonido seco que se escucha como un estruendo, lo producen los tubos de cobre escondidos en las paredes de la casa y coincide con la hora de parada de la calefacción. Los primeros días me estremecía e incluso me levanté de la cama a comprobar que no hubiera entrado nadie. Vivir sola, con la única compañía de un perro faldero, por más valiente que me quiera presentar, no me deja conciliar el sueño con tranquilidad.

Me asusto cuando no escucho ninguno de los ruidos conocidos. El silencio resulta abrumador. Vivo en lo alto de una montaña, alejada de la ciudad y aunque pueda ver las luces de las casas del pueblo, me siento como una niña perdida. Antes no me acostumbré, muchas noches las pasé tumbada en el sofá, frente a los cristales del mirador, con la luz apagada y contemplando cómo, de cuando en cuando, las luces de un coche aparecían recorriendo solitariamente la carretera de la costa.

En este caso, el remedio no curó la enfermedad. A los pocos días de vivir aislada en esta maldita casa, me recomendaron adoptar un perro para que identificara si alguien se acercaba. Ahora resulta que tiene más miedo él que yo, se esconde y ladra a la tramontana y a cualquiera de los ruidos que reproduce la casa.

Hace un mes, desde detrás de los cristales, observé como cada noche un coche paraba a mitad del recorrido de la carretera de subida. Detenía el motor y apagaba las luces. No pude ver al conductor, sólo intuí sus piernas. Las piernas de un hombre. Fumaba. Ví desvanecerse el humo de su cigarrillo por la ventanilla de su coche. Un día, por la mañana, me detuve en el mismo lugar en que él aparcaba cada noche y comprobé que había un montón de colillas acumuladas en el arcén. No las apaga y deja que se consuman hasta el final.

El primer día creí que podía tratarse de alguna pareja de enamorados buscando un lugar donde hacer el amor con la panorámica de la Costa Brava como telón de fondo. Después de ver el mismo coche blanco tres noches consecutivas, parado en el mismo lugar, pensé en llamar a la policía y contarles mis miedos.

Miedo a lo desconocido.

Me pasé una semana observando sus movimientos. Sabia su hora de llegada y podía prever la hora en que se marcharía. Comprobé que con las luces encendidas de mi casa, nada se movía y, treinta minutos después de apagar las luces del comedor y mi dormitorio, el coche avanzaba en dirección a la parte alta de la montaña y desaparecía de mi vista.

No tengo ninguna ventana para mirar en dirección a la montaña, aunque nunca escuché el ruido de su motor acercándose al frente de la casa. Estaba convencida de que mi perrita, ladraría a cualquier ruido que escuchara. Para eso la adopté. Estaba conmigo como vigilante y protectora.

En las noches de luna llena como la de hoy, cuando miro hacia el jardín, las sombras que proyectan los árboles se mueven al mismo ritmo que las hojas movidas por el viento. Veo las formas alargadas. Me parece verlas levantarse y pasear por el jardín. Caminar, reunirse las unas con las otras y conspirar.

Me vi obligada a contratar una central de alarmas. Han instalado las cámaras y desde cualquier televisión de la casa puedo ver lo que está sucediendo a mi alrededor. Después de eso, el coche blanco no ha vuelto a aparecer hasta hoy que, desde mi cama y por casualidad, me ha parecido escuchar un coche que subía por la carretera. No se ha detenido, por eso no pensé que fuera el mismo.

Todo empezó cuando vi al perro levantar las orejas. Corrió en dirección a la puerta de entrada y husmeaba por debajo de la puerta. No ladró. Me he quedado observándolo mientras él se giraba hacia mí y volvía a cumplir con su trabajo. Ladró al escuchar cerrar la puerta de un coche. Apagué las luces y me apresuré a sintonizar la cámara delantera de la casa. En la imagen, no he visto el coche, estaba parado detrás de unas plantas y aunque me esforcé en utilizar el zoom de la cámara, no he conseguido ninguna imagen clara. Me pareció ver el humo de un cigarrillo.

He activado el botón del pánico. Una voz me ha asustado cuando en este silencio, desde el aparato de la alarma, alguien me preguntó que estaba sucediendo. No podía contarle toda la historia. - Alguien quiere entrar en mi casa -

Al estar aislada, la policía puede tardar más de diez minutos en llegar y yo, puedo ser asaltada por este desconocido. Encerrarme y esconderme era la mejor opción. El perro no para de ladrar y seguro que no le dará miedo. Quien lo escuche ladrar, sabrá que se trata de un perro pequeño. Cogí a la perrita y la escondí conmigo. Quería que se callara y por eso dejé que me lamiera la cara. No podia concentrarme en los ruidos e identificar por donde se acerca el individuo.

Un puñado de imágenes se me pasaron por la cabeza. He repasado mentalmente como hoy, al igual que cada día, he cerrado todas las puertas y ventanas que dan al exterior. La única manera para que pueda entrar alguien es reventando una puerta y si lo hace, el ruido me indicará por donde ha entrado. Debo elegir la dirección contraria por la que debería escapar. Puedo esconderme entre los árboles del bosque o correr por la carretera en dirección al pueblo. La primera de las casas vecinas siquiera está a ochocientos metros descendiendo por la carretera.

El sonido del móvil rompiendo este silencio ha resultado estridente. Salté asustada y el perro volvió a ladrar. Todo me delataba y he decidido cambiar de escondite. Vigilaba que el desconocido no pudiera verme desde ninguna ventana y por eso, me escurrí reptando por el suelo.

Escogí las escaleras de bajada hacia el cuarto de calderas como mi mejor opción. Desde allí, puedo escaparme por una ventana pequeñita. Si escucho sus pasos por la casa, no me queda otra opción.

El móvil vuelve a vibrar. Estoy salvada. - Javier, escúchame, no puedo hablar más alto. Hay alguien que quiere entrar en mi casa. He avisado a la policía y aún no han llegado. Estoy escondida -

- Sal, no te asustes, soy yo. Hace días que lo estoy pensando y he decidido volver a casa.

Hijo de puta!

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